martes, 19 de mayo de 2015

Por el momento, es mi momento...




Por fin… por fin duermo del tirón y sin pasar frío. La temperatura esta noche ha sido más alta y mi cuerpo lo ha agradecido. Ya me merecía una noche así. Gracias a este agradable descanso, me levanto con una energía envidiable; tengo ganas de muchas cosas, estoy muy descansada.

Desayunamos y ponemos rumbo a Maribor; la segunda ciudad más grande de Eslovenia situada al noreste del país, casi tocando la frontera con Austria. A unos 140 kilómetros de donde estamos ahora.

De camino, en la radio, suena una canción latina la cual nos llama mucho la atención por el hecho de que por fin entendemos algo de lo que dicen.

Ya en Maribor intentamos, fracasadamente, aparcar cerca del centro de la ciudad; pero es imposible y acabamos dejando la furgo en un centro comercial a unos 3 kilómetros andando.

Caminamos en busca del centro de la ciudad y lo primero a destacar es el río Drava cruzando dicha ciudad. Tras él puedo observar la gracia y el encanto de sus casas. Damos un paseo por la orilla del inmenso rio y nos adentramos en sus pintorescas calles. 

























Maribor fue elegida capital cultural europea en 2012 y no es de extrañar… Sus callejuelas nos llevan de lleno a la plaza del ayuntamiento y, atravesando un arco bajo el balcón del ayuntamiento, nos metemos en una placita donde existe un parchís gigante que me llama mucho la atención.





 Seguimos caminando sin rumbo, ya que no encontrábamos mapa por ninguna parte, y acabamos en las puertas de la universidad de Maribor; memorable por su fama en el país. En esta misma plaza se encuentra la catedral.





Conseguimos encontrar un pequeño mapa del centro histórico en una de las paredes de esta plaza donde nos encontramos; queremos ir al centro de información turístico, pero antes preferimos parar a comer. Hoy nos apetece comer algo en condiciones; llámese trozo de carne o plato de ensalada. Algo que no pasa por nuestros estómagos desde hace ya más de 1 semana. 





Vemos un restaurante sin demasiado glamour, pero con muy buena pinta y decidimos entrar a coger mesa. Un agradable camarero nos atiende con un trato único e inmejorable y en inglés, cosa que se agradece porque si hubiese sido en esloveno iríamos perdidos. Me pido una especie de hamburguesa enorme de no sé que tipo de carne (he de decir que desconocía su tamaño cuando la pedí) rellena de verdura y queso, acompañada por un gran plato de ensalada y una buena cerveza. Sergi aún tiene mejor estómago y su plato de carne supera el mío. Se nos van a saltar las lágrimas de emoción por comer carne. Es lo que tiene viajar de esta manera…

Estoy hinchada, no me pasa casi ni el aire, pero soy incapaz de dejar nada en el plato. Es que hasta el pan tiene la mejor pinta que he visto yo en mi vida. Con calma y sosiego, consigo terminar con la sensación de que en cualquier momento voy a explotar, pero con la felicidad de haber comido en condiciones.



Continuamos nuestro paseo, de forma lenta por la pesadez en el estómago y vamos en busca de la oficina de turismo de forma fracasada, ya que una vez allí nos encontramos con que estaba cerrada. No importa, seguiremos nuestro camino de igual modo.

Nos vamos en busca del castillo, el cual yo esperaba ver en lo alto de algún monte a las afueras de la ciudad, lo normal, ¿verdad? Pues no, el castillo de Maribor se encuentra en el centro de dicha ciudad, como un edificio más. De camino a él, un restaurante mexicano anunciando paella nos obliga a entrar y preguntar, como mínimo, si hablan español. Primer fracaso, ni siquiera entendían el inglés. Miedo me da las paellas que podrían hacer allí, mejor no saberlo.

Llegamos a una gran plaza con un mercado artesanal, música y mucho ambiente alegre. Están de fiesta por esta zona, ¡¡que bien!! Al fondo, el peculiar castillo. 







En este país, haga frío o calor, los helados se venden durante todo el año. Hoy hace calor y tomar algo dulce después de la gran comilona, apetece bastante. Un heladito mientras vemos su mercadillo artesanal, bordeamos el castillo y disfrutamos de la zona. Un enorme monumento en forma de esfera, conmemora a las víctimas de la segunda guerra mundial.




Ya no queda mucho más que ver por esta ciudad, así que vamos haciendo camino hacia la furgo bajo un abrasador Lorenzo. Me encanta la decoración que le dan a los contenedores en esta ciudad, dejan de ser “tragadores de basura” para convertirse en algo más alegre.




Por fin en la furgo, lo primero que hago es cambiarme de ropa y ponerme casi de verano. Una parada en el baño del mc donald’s y tomamos carretera rumbo al centro norte del País, a un lugar que descubrió Sergi buscando información antes de salir de viaje: el valle de Logarska (Logarska dolina), frontera con Austria. Será nuestra última noche en Eslovenia, la vinjeta (el permiso para conducir por carreteras eslovenas) se nos termina hoy y mañana ya saldremos del país.



La carretera hacia Logarska es tranquila y con un paisaje de lo más norteño. Casi puedo ver a Heidi corretear por los prados… que relajación… 
















Un par de horas de agradable carretera y casi sin darme cuenta, algo interrumpe mi estado de calma. Ese algo es la imagen de una montaña, quizás la montaña más bonita que haya visto nunca. No puedo evitar dejar escapar por mi boca una expresión de asombro ante tal imagen; ha sido girar una curva y aparecer sin avisar provocando en mí un sentimiento casi indescriptible al ver esta montaña. 



Pero ya no solo es la montaña, conforme se va abriendo el valle aun me asombra todo más. Es un lugar mágico… y lo mejor es que aquí vamos a pasar la noche. No puedo creerlo…

Aparcamos la furgo en un pequeño aparcamiento donde se encuentran dos caserones rústicos: uno es un hotelito de montaña y el otro un refugio de adiestramiento canino. Detrás del hotel existe una cascada que visitamos en cuanto dejamos aparcada la furgo. 



La cascada de Palenk, con sus 40 metros visibles de cascada (78 reales) en un rinconcito de lo más bonito, nos hace pasar otro agradable rato en plena naturaleza disfrutando de su sonido y su preciosa caída de agua.

























Un buen rato después de este gran momento de relajación, decidimos ir a la furgo a empezar a prepararnos para la noche, pero antes tengo un impulso incontrolable, desde hace un rato, de hacer algo…

Cojo mi cuaderno, mi bolígrafo y me siento en medio del valle, cara a esa montaña que me ha despertado algo por dentro y suelto mi mano, comienzo a escribir todo lo que he sentido desde el primer momento que la he visto. Un texto lleno de emociones y sensaciones provocadas por una montaña… Una montaña alpina, esa que separa a Eslovenia de Austria ¿eso es posible, se puede sentir algo por una montaña? Yo lo he sentido… 



Dichas palabras, dichas sensaciones me las reservo para mí; quizás, algún día, publique este momento tan especial que he vivido. Pero por el momento, es mi momento…



Vuelvo mi mente al planeta tierra y veo que Sergi está sentado unos metros más hacia atrás observando el valle tan espectacular que tenemos enfrente. Los perros del recinto de adiestramiento corretean alegremente por la zona y no puedo evitar acordarme de mi pequeño… Como lo echo de menos, lo imagino por este lugar correteando y disfrutando más que nadie, soy capaz de imaginarme una vida aquí con él… 






Ya cuando cae la noche, empieza a llover y nos metemos en la parte de delante de la furgo, con mapa en mano, a estudiar un poco el camino de vuelta a casa. Hay que pensar en ir volviendo, muy a nuestro pesar…



Sigue lloviendo y esto mismo evita que haga frío. A mí la lluvia me relaja para dormir y la tarde tan mágica que he pasado frente a esa montaña y aún con esa sensación tan increíble en mi estómago, hace que me duerma plácidamente. Ha sido todo como un sueño, un sueño hecho realidad; este valle es realmente mágico… Os invito a soñar conmigo…







Lahko noc…








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