domingo, 14 de septiembre de 2014

Vivir es increíble...




Me levanto, abro mi ventana de madera y me siento en la repisa a ver mi último amanecer en los pirineos. Es una de las muchas cosas que voy a echar de menos en este viaje: el amanecer entre montañas y mi ventana… Ventana de la que me enamoré desde el primer minuto que entré en esta habitación. No hay nada con lo que pagar estas vistas. 



Desayuno, me despido de Jaime y Patri y subo al coche de vuelta a mi tierra.

Enchufo la música, bajo la ventanilla y conduzco despacio para ver por última vez todos estos paisajes… sé que antes o después volveré, pero no sé cuándo.

En mi camino por carretera no dejo de pensar en lo vivido estos días, mientras, poco a poco, voy dejando atrás esas inmensas montañas.



Con viajes como este es dónde recojo fuerzas y estabilizo mi mente para saber exactamente el camino que quiero recorrer en la vida. Lo tengo clarísimo y voy a por ello. La montaña, la naturaleza en sí me relaja, me evade de todo, me empuja a trazar mi camino y saca lo mejor que tengo. Hace que me conozca a mí misma. ¿Y sabéis que? Que soy increíble…

La rutina, el día a día, los temas personales y el estrés laboral, hacen que mi mente se sature y no piense con claridad muchas veces. Que me encierre en una nube negra donde no vea salida por ninguna parte. Pero entonces, la vida me da oportunidades de este tipo para ver que vivir es increíble y que tengo que centrarme en ello. Que no existen los imposibles, que todo depende de mí y las ganas que tenga de conseguirlo. La felicidad depende de uno mismo y su actitud.

Y piedras en el camino van a haber siempre, pero yo he decidido, que cada piedra que se ponga ante mí, voy a escalarla si hace falta, voy a sentarme sobre ella y a observar el mundo desde allí arriba con una sonrisa. Las aves lo hacen… ¿porqué yo no?

Y mientras construyo mi camino, voy a ir disfrutando de cada momento, porque no importa la meta… lo que importa es eso… el camino. Cada segundo que pasa, es un momento único que estoy viviendo. Y es igual de importante que cualquier otro segundo en la vida.

Así que… ¡¡A vivir se ha dicho!!



Una vez más, gracias a todos por acompañarme en mi camino…



Nos vemos pronto…

viernes, 12 de septiembre de 2014

Mis últimos pasos...


Amanece algo nublado sobre Panticosa. Hoy es mi último día para poder hacer ruta y temo que me caiga alguna tormenta.

Aún así, preparo mi mochila y bajo a desayunar. Hoy la he equipado con ropa de lluvia “por si las moscas”.

Mientras desayuno voy recordando las nuevas experiencias vividas ayer y las ganas que tengo de volver a vivirlas.

Me voy a recordar la ruta de hoy con Jaime y me deja uno de sus mapas, pues es algo complicada y me puede servir de ayuda.

Llego al telecabina y aparco ahí. Antes de subirme en él, me paso por última vez por la oficina de “pirineo aventura”. Chus me deja un par de mapas de la zona por la que voy a estar hoy y me encamino al telecabina, pues mi ruta empieza allí arriba, a 1800 metros, superando un desnivel de 700 metros en tan solo 10 minutos de telecabina.




Me subo en el y en un principio “engaño” a mi querido vértigo distrayéndolo mirando las fotos que tengo almacenadas en la cámara; pero hay una parte de mi que me está diciendo: “¿enserio te vas a perder este momento?” Así que me olvido de que voy metida en un “huevo” a yo que sé cuántos metros de altura del suelo, sujetada por un hierro a un cable de acero y disfruto de esta espectacular panorámica del Valle de Tena… Que relajación… 



Llego arriba y comienzo a caminar, disfrutando primero del mirador de Panticosa… ¡¡ que pequeñito se ve el pueblo desde aquí!! 





Casi 100 metros de desnivel después, me encuentro con el mirador de Sabocos desde el cual puedo contemplar un gran número de picos, de los cuales, muchos de ellos, sobrepasan los 3000 metros de altitud. ¿Cómo será estar allí arriba? Puede que algún día lo sepa.. 



Continuo disfrutando de mi ruta; me faltan ojos para contemplarlo todo y cuando quiero darme cuenta, tengo ante mi el ibon de Sabocos. ¡¡Es precioso!! 


Situado a unos 1900 metros y, al fondo, el pico del Verde (2300 metros) y peña Sabocos (2750 metros). Abajo, a la izquierda, puedo observar un pequeño refugio y vacas pastando libres alrededor. 



Evidentemente, me quito la mochila y me siento a disfrutar lo que tengo ante mi…

Me relajo, respiro profundo, sonrío e intento volver a hacerme a la idea de que es real lo que me está pasando… Llevo días caminando sobre montañas pirenaicas y aún me cuesta creerlo. 



Estar aquí sentada, sola con la naturaleza, escuchando el sonido de las águilas retumbando en las montañas; ver marmotas, vacas, caballos y todo un paisaje verde con alguna pequeña cantidad de nieve en las cotas más altas, hace que crea que estoy en un sueño, pero no… ¡¡Lo estoy viviendo!! No hay palabras para explicar esta sensación… Os invito a vivirla… 



Despierto de este momento y saco uno de los mapas, pues hasta ahora la ruta ha sido simple, pero me encuentro en la parte por la que tengo que continuar por el collado para darle la vuelta a la Ripera (montaña con un pico de unos 2800 metros).

No hay senderos, señales, ni nada que me diga por dónde seguir. Bajo a observar más de cerca a las vacas y me permito el lujo de ponerme a escasos metros de ellas sin molestarlas en su tarea de pastar. Se les ve felices y yo sigo sin ver por dónde tengo que continuar. 



Sobre el mapa lo tengo clarísimo, pero levanto la vista y no lo veo tan sencillo… 



Ando a un lado y a otro en diferentes direcciones intentando ver algo que me decida a continuar por ese sitio. Tras una media hora dando vueltas por ese precioso lugar y siendo consciente de que no encuentro como continuar y que “probar suerte” es una locura, decido hacer lo más sensato: deshacer mis pasos y volver a Panticosa.

Este es uno de los riesgos de andar sola por lugares desconocidos. Me da algo de rabia no haber completado la ruta que llevaba en mente, pero ha sido espectacular lo vivido hasta aquí. 



Media vuelta y a casa. 





Llego de nuevo a la base del telecabina y allí pregunto a un hombre si hay alguna forma de bajar a Panticosa a pie; quiero caminar… no quiero bajar en telecabina. Me indica que por la pista forestal se puede y allá que voy. Sé que andar por este tipo de caminos no es muy bonito, pero yo quiero caminar.

La bajada es pronunciada y monótona, así que la hago más entretenida y, en vez de seguir la pista forestal, bajo en línea recta o lo que es lo mismo, monte a través. 



De esta manera veo más árboles, atravieso algún bosque y agradezco la sombra. Llego a cruzarme con un hombre que está igual de perdido que yo. Me pregunta si por este camino se llega a Panticosa; se me escapa una ligera risa y le respondo con un “yo creo que si”. Los dos perdidos, continuamos el descenso. El hombre me adelanta y vuelvo a quedarme sola por esos lugares. 



No se la hora que es, ni el rato que llevo descendiendo, ni me interesa. Ya llegaré…

Y ya cuando llevaba la punta de mis pies dolorida de la bajada, encuentro señales de senderismo que me hacen intuir que ya casi he llegado a Panticosa. Justo en esas señales, hay colgado un pañuelo… Es el mismo pañuelo que llevaba el hombre que iba igual de perdido que yo. Lo tomo como una señal de que ya he llegado al pueblo y me llevo el pañuelo conmigo como recuerdo de este día. 



Y efectivamente, ¡¡ya estoy en Panticosa!! Vuelta al hotel a descansar y a reponer algo de fuerzas.

A media tarde bajo a contarle la anécdota a Jaime, el cual me dice que es normal que me pasara si no conozco la zona. Y para quitarme ese pequeño mal sabor de boca, me recomienda un paseo al pueblo de al lado, el Pueyo de Jaca, atravesando un bosque muy bonito.

Sin pensármelo dos veces, me voy a caminar otra vez. Esta vez es solo un paseíto de menos de 2 horas que empieza por un sendero señalizado, el PR-HU 106… Es decir, sendero que pasa por el camino de Santiago… Sin tenerlo planeado, voy a hacer un trocito más de mi querido camino… ¡¡que sensación tan bonita!! No lo puedo evitar y les envío una foto a mis santiaguines. 



El paseo transcurre por el interior de un precioso y tranquilo bosque de árboles con troncos revestidos de musgo por la humedad provocada por el río que tengo a mi derecha, el Caldarés. Me llama la atención el terreno… es como caminar sobre una alfombra. 



 El sonido de los pájaros y el rio, una ligera brisa y el sol del atardeceer haciéndose hueco entre tantas ramas. Es un lugar lleno de paz, me está encantando…





Tanto que se me hace muy corto el paseo y enseguida llego a El Pueyo. Observo sus casas típicas de la zona pirenaica, me alegra el ambiente de tanta gente por sus calles (he de decir que estaban en fiestas). Hago alguna foto y vuelvo a Panticosa por terreno asfaltado sin ningún interés aparente. 









Una cervecita con Jaime, una buena conversación sobre mi semana en los pirineos y me subo a preparar la maleta y a cenar.

 

Mañana quiero estar en Valencia a mediodía , así que saldré pronto de aquí. 




Qué rápida ha pasado la semana, pero ha sido tan intensa y emocionante… Ni en mis mejores sueños creía que sería de esta manera. Nada ha sido como yo pensaba, ha sido todo increíblemente mejor.

Me acuesto en la cama con una sonrisa y haciendo un repaso mental de todo lo que he vivido…

Buenas noches…

jueves, 11 de septiembre de 2014

Nuevas experiencias...




Me despierto un poco nerviosa, hoy me toca hacer el descenso de barranco y, como todo lo que es desconocido, me asusta un poco. Pero a la vez tengo muchas ganas de probarlo.

A las 9:30 me encuentro con Víctor en la oficina y de ahí salimos con todo el material hacia Piedrafita de Jaca; allí recogemos a más gente que harán conmigo el descenso. Además el barranco está cerca.

Ya todos reunidos, aparcamos los coches, nos presentamos y nos preparamos para la aventura.

Caminamos un poco por el bosque del Betato … es un bosque precioso dónde, cuenta la leyenda, habitaban duendes y era frecuentado por las brujas. Tiene muchas historias encantadas que contar este bosque; de hecho, a los habitantes de Piedrafita, les llaman “brujos”.

Llegamos al inicio del barranco del Gorgol y nos ponemos los neoprenos y arneses. Solo somos Carlos, Israel (padre e hijo), Víctor (el guía) y yo. Para Carlos e Israel también es la primera vez, así que eso también me hace sentir más cómoda.



Una foto inicial… ¡¡y arrancamos!!

Empieza divertido; un tobogán, un par de pequeños saltos a pozas de agua no muy profundas… Víctor nos va indicando que hacer en cada momento.




Llegamos al primer salto importante. Son unos 3 metros de altura. Sin pensármelo demasiado, me lanzo al agua… Primer subidón de adrenalina superado.



Seguimos y un poco más adelante, viene el salto importante de la jornada… 7 metros de altura a una poza de agua muy profunda. Aquí es donde empiezo a asustarme un poco… Mi “problema” con las alturas hace acto de presencia. Se lanza Carlos y después voy yo. 

Cuando llego al punto de salto, donde está Víctor, suelto el anclaje que me tiene sujeta a la pared y me pongo bastante nerviosa cuando miro abajo. Sé que no me voy a hacer daño, que no va a pasar nada porque es agua… pero está muy alto… Cuánto más me lo piense, será peor. Así que cojo aire un par de veces y me lanzo…

Parece que nunca vaya a llegar al agua, son los 7 metros más largos de mi vida, pero por fin toco agua… Saco la cabeza y siento como la adrenalina corre por mi cuerpo. Ahora mismo, ¡¡me volvería a tirar 20 veces más!!



Continuamos y nos encontramos la última cascada. Esta la bajamos haciendo rapel; un descenso de unos 16 metros… ¡¡esto si que me ha gustado!! La sensación de flotar en el aire e ir sujeta con solo una cuerda, es alucinante.




Un ligero salto más y ya tenemos el barranco completado. ¡¡Qué gran experiencia!! Me ha encantado, me lo he pasado como una enana…




Nos vamos hacia los coches y a buscar un bar para tomar una caña. Víctor me propone irnos esta tarde, mano a mano, a hacer una ferrata (escalada, pero con ayuda), así que me voy al hotel a comer y a descansar un poco. A las 17:00 me espera otra nueva aventura.

Nos encontramos en la oficina y de ahí cogemos un coche y vamos dirección a la ferrata de Santa Elena, a unos 15 minutos de Panticosa.

Llegamos allí y justo dónde aparcamos, hay varias señalizaciones de senderos y demás, pero hay una en especial que me llama la atención… El camino de Santiago pasa por aquí… mi querido camino… ¿casualidad? No lo sé, pero me encantan estos detalles que me da la vida.




Nos colocamos los arneses y Víctor me cuenta algo de historia de la zona mientras caminamos al principio de la ferrata. Son 95 metros de escalada con alguna zona de descanso. Me da las explicaciones oportunas y… ¡¡empezamos!!












Él va delante de mi. No estoy sufriendo nada, me está gustando mucho. Subo tranquila, sin pensar en la altura que estoy cogiendo. Es más, vamos hablando y riendo como si estuviésemos caminando… como si esto lo hiciera todos los días…


Llegamos arriba del todo y tengo la sensación de que ha sido muy corta, pero estoy contentísima con la experiencia. Estoy casi segura de que esto lo repetiré más veces.



Damos una vuelta por la zona hasta una ermita donde hay una cueva donde hay una cueva con agua en la cual se puede practicar espeleología. Y paseando volvemos al coche.

Llegamos a la oficina de Panticosa y allí estaba Chus. Nos sentamos los 3 y nos tomamos un par de rondas de cerveza mientras charramos tan agusto.

Y ya casi a la hora de cenar, me despido de ellos agradeciéndoles lo increíblemente bien que se han portado conmigo y por la oportunidad que me han dado con el premio.

Me voy al hotel y me encuentro con Jaime y Patri. Me invitan a una cervecita y les cuento lo genial que ha ido el día.

Paso otro agradable rato con ellos y ya, por fin, decido irme a descansar. Mañana es mi último día para salir de ruta y quiero aprovecharlo al máximo.



Otro día más me voy feliz a la cama, pero hoy un poco más que los anteriores ( y las cervezas no tienen nada que ver). Ha sido un día completísimo y genial, lleno de nuevas experiencias y buena compañía.

Paz, calma, alegría, disfrute, desconexión del mundo… ¡¡ESTOY VIVIENDO!!



Buenas noches…

Como cabra en el monte



Vuelvo a levantarme con el amanecer. Me gusta aprovechar el día desde primera hora.



Desayuno, hago un breve repaso de la ruta con Jaime y subo a mi habitación a preparar mi mochila.

Voy a hacer una ruta por el GR11, la senda transpirenaica. Para que nos entendamos: el GR11 es una senda señalizada que cruza los pirineos desde el mediterráneo (cap de creus) hasta el cantábrico (llegando al golfo de Vizcaya, Irún), unos 400km de distancia. Pues yo haré un trocito mínimo de este GR.

La ruta empieza desde el mismo balneario de Panticosa. Es un lugar muy bonito con un lago y un pequeño bosque, dónde, aparte del balneario, hay un refugio y algún hotel.



Echo la vista al frente y puedo observar que la ruta ya empieza en ascenso… aunque sabiendo de antemano que tengo que hacer un desnivel de 1000 metros, intuyo que me voy a encontrar con muy pocos llanos. No me importa, voy a hacerlo de todas maneras…

En el primer tramo, a pesar de la dureza y de que el terreno sea bastante inestable (me rio yo de la subida a “la faba” ahora!!!), la panorámica que tengo ante mi es espectacular…



Una de las cosas curiosas de la ruta de hoy es que puedo observar perfectamente la cara norte (verde y llena de vegetación) y la cara sur de los pirineos (sin apenas vegetación y montañas formadas de granito).

Sigo subiendo y puedo empezar a ver los primeros saltos de agua… ¡¡enormes!! Fascinante ver como sale el agua de la montaña y cae en forma de cascada de esta manera…




La ruta está siendo preciosa, apenas noto el ascenso; me detengo cada dos por tres a inmortalizar con mi cámara cada imagen que mis ojos pueden captar. Hoy no estoy haciendo fotos… saco postales..





Sigo viendo cascadas cada vez más impresionantes, paso tramos con la ayuda de cadenas ancladas en la pared de la montaña, subo piedras ayudándome de las manos… estoy disfrutando como una niña.








Llego a una amplia zona llana, verde, con cascadas, río y una inmensa montaña al fondo con sus cascadas saliendo de ella. Este lugar me invita a almorzar.





Después de unos minutos de merecido descanso, continuo mi aventura; y tras una breve tregua, de nuevo comienza otra subida y esta vez, parece más seria que la anterior… es la llamada
“cuesta del fraile” (el nombre impone, ¿verdad?)




El calor empieza a apretar y las piernas a notar el esfuerzo, pero el paisaje que tengo a mí alrededor me dan las fuerzas que necesito para seguir subiendo.





¡¡Ya estoy en lo más alto de esta montaña!! Aquí me encuentro con los Ibones Azules… (o eso creía yo, en realidad son los de Bachimaña, luego sabréis que ha pasado…) mi objetivo de hoy.




Cojo mi rinconcito, me descalzo y me relajo… saco mi mapa e intento identificar los picos que tengo enfrente; algunos de ellos tienen incluso algo de nieve.



Estoy a unos 2500 metros de altitud, creo que si me pongo de puntillas, puedo tocar el cielo… ¡¡es alucinante!! Nunca he estado en alta montaña y la sensación es indescriptible… cada vez me gusta más la montaña. Cuánta libertad siento aquí…



Bueno, y todo lo que sube ha de bajar, así que ahora toca el descenso. Tengo que estar muy alerta; y a pesar de que hoy llevo un buen calzado, el terreno es muy pedregoso y los tobillos son frágiles.

Ahora no disfruto tanto del paisaje, tengo mis ojos clavados en ver dónde coloco mis pies para no caerme. La rodilla me falla alguna vez y los tobillos me dan algún aviso, pero nada que no solucione con mi buen equilibrio.

A pesar de tener que estar atenta al terreno y de lo rápido que se baja todo lo que tanto cuesta subir, estoy aquí para disfrutar y sigo parándome a empaparme bien del paisaje que me rodea.



Y cuando quiero darme cuenta, estoy abajo del todo, en el mismo panel informativo que he visto al empezar… ¡¡OLE!! Me tiemblan las piernas del esfuerzo, ¡¡pero quiero más rutas así!!



Hago un descanso antes de volver al hotel y como un platito de pasta (Isabel siempre a mi lado en estos casos).

Cojo el coche y vuelvo a mi nido llenísima de satisfacción por lo que hoy he vivido. Entro por la puerta y me dejo caer en la cama… Hoy la siesta lo primero.

Con 1 hora tengo más que suficiente para recuperarme. Una ducha y bajo a buscar a Jaime y contarle la ruta.

Hablando y enseñándole fotos, resulta que he estado confundida con mi objetivo… La idea era llegar a los ibones azules y yo me he quedado en los ibones de bachimaña, o sea, 300 metros más debajo de lo previsto… ¡¡Por eso no me cuadraban los picos que veía en el mapa!! Bueno, una anécdota graciosa que nos ha hecho reír bastante. Me invita a una cerveza y pasamos un buen rato hablando de las montañas. El es un montañero apasionado y con muchos conocimientos; y yo una “novata” con mucha curiosidad.

Cuando hablas con gente así, te das cuenta de lo mucho que te queda por aprender, pero eso si, te dan ganas de aprender más y más.



Víctor contacta conmigo para ofrecerme hacer un descenso de barranco mañana y yo acepto con mucho gusto. Va a ser mi primera vez y mi premio… ¡¡a lo que realmente venía a este lugar!! Tengo la sensación de que me va a encantar la experiencia, aunque toda esta semana son nuevas experiencias para mi…

Vuelvo a dar las gracias a esas 99 personas que han conseguido que yo pueda pasar unos días en el paraíso. Y a los chicos de “pirineos blancos” (Miguel y Abelardo) y “pirineo aventura” (Víctor y Chus) por la oportunidad brindada.

Otro día más, me voy a la cama feliz y con ganas de que amanezca para seguir viviendo de esta manera…



Buenas noches…