Amanece algo nublado sobre Panticosa. Hoy es mi último día para poder hacer ruta y temo que me caiga alguna tormenta.
Aún así, preparo mi mochila y bajo a desayunar. Hoy la he equipado con ropa de lluvia “por si las moscas”.
Mientras desayuno voy recordando las nuevas experiencias vividas ayer y las ganas que tengo de volver a vivirlas.
Me voy a recordar la ruta de hoy con Jaime y me deja uno de sus mapas, pues es algo complicada y me puede servir de ayuda.
Llego al telecabina y aparco ahí. Antes de subirme en él, me paso por última vez por la oficina de “pirineo aventura”. Chus me deja un par de mapas de la zona por la que voy a estar hoy y me encamino al telecabina, pues mi ruta empieza allí arriba, a 1800 metros, superando un desnivel de 700 metros en tan solo 10 minutos de telecabina.
Me subo en el y en un principio “engaño” a mi querido vértigo distrayéndolo mirando las fotos que tengo almacenadas en la cámara; pero hay una parte de mi que me está diciendo: “¿enserio te vas a perder este momento?” Así que me olvido de que voy metida en un “huevo” a yo que sé cuántos metros de altura del suelo, sujetada por un hierro a un cable de acero y disfruto de esta espectacular panorámica del Valle de Tena… Que relajación…
Llego arriba y comienzo a caminar, disfrutando primero del mirador de Panticosa… ¡¡ que pequeñito se ve el pueblo desde aquí!!
Casi 100 metros de desnivel después, me encuentro con el mirador de Sabocos desde el cual puedo contemplar un gran número de picos, de los cuales, muchos de ellos, sobrepasan los 3000 metros de altitud. ¿Cómo será estar allí arriba? Puede que algún día lo sepa..
Continuo disfrutando de mi ruta; me faltan ojos para contemplarlo todo y cuando quiero darme cuenta, tengo ante mi el ibon de Sabocos. ¡¡Es precioso!!
Situado a unos 1900 metros y, al fondo, el pico del Verde (2300 metros) y peña Sabocos (2750 metros). Abajo, a la izquierda, puedo observar un pequeño refugio y vacas pastando libres alrededor.
Evidentemente, me quito la mochila y me siento a disfrutar lo que tengo ante mi…
Me relajo, respiro profundo, sonrío e intento volver a hacerme a la idea de que es real lo que me está pasando… Llevo días caminando sobre montañas pirenaicas y aún me cuesta creerlo.
Estar aquí sentada, sola con la naturaleza, escuchando el sonido de las águilas retumbando en las montañas; ver marmotas, vacas, caballos y todo un paisaje verde con alguna pequeña cantidad de nieve en las cotas más altas, hace que crea que estoy en un sueño, pero no… ¡¡Lo estoy viviendo!! No hay palabras para explicar esta sensación… Os invito a vivirla…
Despierto de este momento y saco uno de los mapas, pues hasta ahora la ruta ha sido simple, pero me encuentro en la parte por la que tengo que continuar por el collado para darle la vuelta a la Ripera (montaña con un pico de unos 2800 metros).
No hay senderos, señales, ni nada que me diga por dónde seguir. Bajo a observar más de cerca a las vacas y me permito el lujo de ponerme a escasos metros de ellas sin molestarlas en su tarea de pastar. Se les ve felices y yo sigo sin ver por dónde tengo que continuar.
Sobre el mapa lo tengo clarísimo, pero levanto la vista y no lo veo tan sencillo…
Ando a un lado y a otro en diferentes direcciones intentando ver algo que me decida a continuar por ese sitio. Tras una media hora dando vueltas por ese precioso lugar y siendo consciente de que no encuentro como continuar y que “probar suerte” es una locura, decido hacer lo más sensato: deshacer mis pasos y volver a Panticosa.
Este es uno de los riesgos de andar sola por lugares desconocidos. Me da algo de rabia no haber completado la ruta que llevaba en mente, pero ha sido espectacular lo vivido hasta aquí.
Media vuelta y a casa.
Llego de nuevo a la base del telecabina y allí pregunto a un hombre si hay alguna forma de bajar a Panticosa a pie; quiero caminar… no quiero bajar en telecabina. Me indica que por la pista forestal se puede y allá que voy. Sé que andar por este tipo de caminos no es muy bonito, pero yo quiero caminar.
La bajada es pronunciada y monótona, así que la hago más entretenida y, en vez de seguir la pista forestal, bajo en línea recta o lo que es lo mismo, monte a través.
De esta manera veo más árboles, atravieso algún bosque y agradezco la sombra. Llego a cruzarme con un hombre que está igual de perdido que yo. Me pregunta si por este camino se llega a Panticosa; se me escapa una ligera risa y le respondo con un “yo creo que si”. Los dos perdidos, continuamos el descenso. El hombre me adelanta y vuelvo a quedarme sola por esos lugares.
No se la hora que es, ni el rato que llevo descendiendo, ni me interesa. Ya llegaré…
Y ya cuando llevaba la punta de mis pies dolorida de la bajada, encuentro señales de senderismo que me hacen intuir que ya casi he llegado a Panticosa. Justo en esas señales, hay colgado un pañuelo… Es el mismo pañuelo que llevaba el hombre que iba igual de perdido que yo. Lo tomo como una señal de que ya he llegado al pueblo y me llevo el pañuelo conmigo como recuerdo de este día.
Y efectivamente, ¡¡ya estoy en Panticosa!! Vuelta al hotel a descansar y a reponer algo de fuerzas.
A media tarde bajo a contarle la anécdota a Jaime, el cual me dice que es normal que me pasara si no conozco la zona. Y para quitarme ese pequeño mal sabor de boca, me recomienda un paseo al pueblo de al lado, el Pueyo de Jaca, atravesando un bosque muy bonito.
Sin pensármelo dos veces, me voy a caminar otra vez. Esta vez es solo un paseíto de menos de 2 horas que empieza por un sendero señalizado, el PR-HU 106… Es decir, sendero que pasa por el camino de Santiago… Sin tenerlo planeado, voy a hacer un trocito más de mi querido camino… ¡¡que sensación tan bonita!! No lo puedo evitar y les envío una foto a mis santiaguines.
El paseo transcurre por el interior de un precioso y tranquilo bosque de árboles con troncos revestidos de musgo por la humedad provocada por el río que tengo a mi derecha, el Caldarés. Me llama la atención el terreno… es como caminar sobre una alfombra.
El sonido de los pájaros y el rio, una ligera brisa y el sol del atardeceer haciéndose hueco entre tantas ramas. Es un lugar lleno de paz, me está encantando…
Tanto que se me hace muy corto el paseo y enseguida llego a El Pueyo. Observo sus casas típicas de la zona pirenaica, me alegra el ambiente de tanta gente por sus calles (he de decir que estaban en fiestas). Hago alguna foto y vuelvo a Panticosa por terreno asfaltado sin ningún interés aparente.
Una cervecita con Jaime, una buena conversación sobre mi semana en los pirineos y me subo a preparar la maleta y a cenar.
Mañana quiero estar en Valencia a mediodía , así que saldré pronto de aquí.
Qué rápida ha pasado la semana, pero ha sido tan intensa y emocionante… Ni en mis mejores sueños creía que sería de esta manera. Nada ha sido como yo pensaba, ha sido todo increíblemente mejor.
Me acuesto en la cama con una sonrisa y haciendo un repaso mental de todo lo que he vivido…
Buenas noches…
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