martes, 23 de mayo de 2017

Etapa 11: una flor a cambio de tu sonrisa.

  Me despierto al son de algunos de mis compañeros de habitacion que ya van preparando sus mochilas. Evidentemente, yo no iba a ser menos. Quiero caminar una última vez, necesito despedirme de este mar... Un último esfuerzo físico para llenarme aún más si cabe, de felicidad por dentro.  Abuelo, ¿vamos a por la última?  Vivámosla cómo niños...
   Bajo a desayunar con los demás y, antes de empezar la etapa, me quedo un rato hablando con Fabián, Paula y Ernesto.  Ernesto es una de esas personas mayores con las que te quedarías horas y horas hablando delante de una chimenea con una buena taza de té. Quizá algún día pueda ser pero ahora tenemos que caminar, la vida sigue.
 

Hoy quiero caminar con Fabián y Paula, han sido mis compañeros estos días atrás y quiero despedirme de ellos caminando juntos y compartiendo estos últimos pasos. 
Amanece sobre este precioso lugar y nosotros nos vamos dirección Santander dónde yo acabaré y ellos continuarán unos kilómetros más. 

A poco más de 4 kilómetros, llegamos a la población de Galizano desde dónde tenemos dos opciones: ruta tradicional por interior o la maravillosa costa. Ya he dicho anteriormente que quería despedirme de este mar.

Un camino asfaltado, como no, nos lleva al borde de los acantilados dónde caminaremos por una agradable senda durante varios kilómetros. Abre bien los ojos, abuelo, y disfruta.



Por el camino nos encontramos un guía que quiso llevarnos a ver las mejores vistas de este lugar.



Tengo la sensación de que no existe un lugar mejor para estar en este momento. Vuelvo a sentir la imponente fuerza del mar en mi. El día es perfecto para despedirme de este camino, camino que finalizo pero dónde me da el inicio a otro; empiezo un nuevo camino en mi vida, siempre ocurre cada vez que acabo mis días en el camino de Santiago. Empiezo con fuerza, con la mente despejada, con ganas de vivir cada segundo y siendo un poco mejor persona de lo que ya era.


Continuo con Fabián y Paula, la mejor compañía que puedo tener en este momento. Quedan pocos kilómetros a Santander y me niego a pensar en una despedida, evito estos pensamientos a toda costa, no quiero ser consciente de ello. Me dedico a disfrutar de lo que tengo ahora...





Poco a poco se va acabando la zona de acantilados, lentamente y sin presión. Aunque el mar todavía no quiere despedirse de mi y me da el último regalazo haciéndome caminar por la playa de "Los Tranquilos". Que buen nombre para un precioso final caminando sobre su fina arena.




Un largo paseo sobre esta alfombra de arena, nos obliga a atravesar las dunas y situarnos justo al otro lado dónde, de lejos, se puede observar la ciudad de Santander. Un breve paseo hasta el embarcadero de Somo dónde cogeremos un barco que nos dejará a los pies de esta ciudad. 
Es aquí dónde vuelvo a cruzarme con las adorables Reneé y Marghe. Tengo la oportunidad de despedirme de toda mi gente a la vez... ¡¡ gracias camino por este regalo!! 




Media hora de un agradable paseo en barco en el cual, inconscientemente, me dedico a mirar por la ventana observando el mar y empezando a ser consciente de la despedida. El día está nublado y melancólico...

Llegamos a tierra firme y no tengo más remedio que despedirme de mis queridas italianas y agradecerles el camino recorrido junto a ellas.
Paula y Fabián quieren tener un último almuerzo conmigo y retrasan sus pasos para estar junto a mi unos últimos minutos.
Llega el momento del "hastaluego" (no me gusta la palabra adiós). Abrazos y sentimientos compartidos; han sido pocos días pero intensos. Corazones grandes unidos por el camino, momentos únicos compartidos. Seguiremos caminando juntos de alguna manera, estoy segura de ello.

Vuelvo a la tierra y caigo en que todavía no he sacado el billete de vuelta a casa. Llamo a Sandra para que me ayude a gestionarlo (que sería de mi sin ti...) y sacamos billete de tren para mañana a las 7:00.
Busco el albergue de peregrinos y me alojo allí. Un albergue sin ningún encanto, simple y sin nada que destacar. Una ducha y me voy a comer por ahí hasta que se me hacen las 6 de la tarde y, agotada de todo en general, decido caminar en busca de la estación de tren para tenerla localizada. Por suerte está a 10 minutos andando desde el albergue, así que decido irme a descansar.

Paso el resto de horas en la cama pensando, escribiendo y conmigo misma. No me apetece hacer otra cosa. Cuando quiero darme cuenta me quedo dormida... Mañana me esperan algo más de 7 horas de tren de vuelta a casa.



Ya en Valencia y con ganas de ver a los míos, me encuentro a mi madre y a mi hermana que han venido a recogerme a la estación. A modo de broma, se esconden por las pintas que llevo, pero las abrazo con alegría. El tiempo en el camino es más largo de lo que en realidad es.
Instantáneamente cojo la flor que representa al abuelo y se la regalo a mi madre... creo que el mejor final es que esté en manos de su hija. Conmigo ya ha recorrido el camino que tenía que recorrer, ahora es tuya, mamá.
En casa me espera mi padre, alegre de que por fin haya vuelto a casa.


Hacer el camino del norte es algo que tenía pensado de hace años, pero no encontraba el momento de hacerlo. Tras fallecer el abuelo hace 5 meses supe que era el momento de hacerlo, se lo debía. Cuando realicé parte del camino francés en 2014, también estuve escribiendo este blog y el estuvo siguiendo con entusiasmo cada uno de mis pasos. Fue ahí donde me dijo que le encantaría poder hacerlo conmigo. Una noche soñó con ello y me envió un mensaje diciéndomelo; yo estaba caminando por Burgos y recuerdo ese mensaje como si fuese hoy mismo. Me puse a llorar como una cría a la vez que me dio toda la fuerza del mundo para continuar.
Al regresar a Valencia, fui a llevarle una vieira de Santiago y le pedí que viniese conmigo aunque solo fuesen 2 etapas; el me dijo que ya estaba muy mayor para ello, pero que le encantaría que esto hubiese ocurrido hace unos años.
Cayó enfermo al cabo del tiempo y es desde aquí dónde más nos unimos. ¿Por qué una flor representándolo? Una tarde la cual yo estuve cuidándolo, lo saqué de la cama para ir a pasear y se me ocurrió ir recogiendo flores de un jardín cercano y hacerle un pequeño ramo para regalárselo. Fue tal su sonrisa ante ese detalle que desde ese preciso instante le llevé flores cada día. No dejé de hacerlo ni el día de su adiós. El no dejó de sonreir ni un solo día que recibía una flor por parte de su nieta. Allá dónde haya ido, se llevó consigo una cala blanca. 

Han sido 13 días intensos. Un camino físicamente duro, más de lo esperado. Un camino muy interno y solitario dónde nunca me he sentido sola. He recibido toda la fuerza de todos vosotros, los que me habéis leído, vivido y sufrido cada paso conmigo (no tengo palabras de agradecimiento por ello...); he recibido la potente fuerza de mi guerrero desde el cielo o dónde quiera que esté. 
El camino te enseña tanto... te enseña a que la mente lo es todo, que no hay dolor físico que pueda con ella; te enseña a amar cada sonido, a valorar cada rayo de sol, a compartir hasta la última gota de agua en un caluroso día, a darte cuenta de que todo lo que necesitas cabe en una pequeña mochila, a compartir sentimientos con desconocidos, a apreciar la brisa del mar, a bailar bajo la lluvia, a vivir intensamente cada momento... a conocer quienes somos de verdad...

Vuelvo a invitaros a cada uno de los que leéis estas miserables palabras a que lo probéis en solitario, a que no dejéis escapar una oportunidad así porque es un instante mágico en la vida.

Gracias, gracias de corazón por estar ahí... gracias por existir.

Seguimos caminando juntos en el camino de la vida...

¡¡BUEN CAMINO!! 


lunes, 22 de mayo de 2017

Etapa 10: En lo alto de una colina

    Anoche no tardé ni 5 minutos en dormirme desde que me tumbé. Hoy despierto algo cansada pero con ganas de caminar. Nos dan de desayunar en el convento una miserable coca de azúcar con café, que para lo que nos cobraron ya podrían habérselo trabajado un poco más.  Pero como buena peregrina, agradezco y no exijo.
    Me salgo a la calle a esperar a Fabián y a Paula que tardan un ratito en bajar; hoy me apetece caminar con ellos.
    ¡venga, abuelo! Que por lo que he visto, hoy la etapa será bonita. Larga, pero bonita.

    Los primeros pasos son de lo más agradable, nos llevan a pie de playa y es un auténtico placer caminar por la arena de buena mañana. Son algo más de 4 kilómetros de playa que nos llevarán directos a coger un barco que nos dejará a los pies de Santoña. Me resulta curioso esto de ir cogiendo barcos en medio de las etapas, le da encanto al día.
 


Santoña, población distinguida por su industria de la anchoa. Anchoas que no probé esta vez, pero que no descarto volver en un futuro para hacerlo.




  
Atravesamos la población sin ninguna complicación y el camino nos lleva en paralelo al conocido centro penitenciario de "El Dueso". Complejo culturalmente bonito a la vista; incluso me atrevería a bromear con ello diciendo que las vistas desde allí dentro tienen que ser brutales ya que dan directamente al mar. 



Toda esa avenida en recto nos lleva al tramo más complicado de la etapa de hoy: la subida a "el brusco". Una subida de 80 metros en una distancia muy corta pero que nos deja unas vistas de cuento: la playa de Berria, centro penitenciario y Laredo y Santoña al fondo. A vista de pájaro...


Pero todo lo que sube baja y con ello, otra nueva panorámica; esta vez de la playa de Trengandín y la población de Noja al fondo.


Hay que atravesar toda la playa hasta adentrarse en plena Noja. Sin darme cuenta y habiéndome sumergido en una burbuja caminando sobre la arena a orillas de esta playa, he perdido de vista a Fabián y a Paula. Tampoco me preocupa, se que me encontraré con ellos antes o después. Ahora me apetece caminar sola, pensar en mis cosas, respirar la brisa marina y gozar este momento. 


Ya casi entrando en Noja decido hacer la parada de rigor para almorzar y así reanudar la marcha con energía. El sol ya empieza a calentar con fuerza y aún nos quedan muchos kilómetros. En este punto estaremos en la mitad de la etapa, llevamos cerca de 15 kilómetros. Abuelo almuerza bien que hoy la cosa está que aprieta.

De Noja no hay nada que me llame la atención, quizá su iglesia (por destacar algún monumento ) y su masiva afluencia de gente y comercios. Además de localidad costera, hoy es domingo y hace un espléndido día de verano. Salgamos de aquí rápidamente, por favor ¡que agobio! 



Es desde este punto donde retomamos asfalto, algo que tengo que recalcar del camino del norte en la zona cántabra. Demasiado asfalto para los pies peregrinos. No todo iba a ser bonito...

Kilómetros entre pequeñas localidades asfaltadas bajo un sol de justicia que no lleva idea de abandonarnos ni dar una mínima tregua. Hoy al menos, por ahora, llevo agua de sobra.


De repente diviso a dos peregrinos delante mía que, casualmente,  son Fabián y Paula. Me vendrá bien un rato de agradable compañía. Caminamos varios kilómetros juntos hasta que yo decido hacer una parada para comer, estoy desmayada y mi hombro está destrozado después de tantas horas de mochila. Ellos prefieren continuar. 

Busco sombra, suelto mochila, me descalzo, algo de fruta y mucha agua. Ahora si, ¡que me echen más kilómetros!

El camino continúa por caminos asfaltados, no hay ni una sombra y el sol cada vez es más intenso . Son cosa de las 4 de la tarde y esto es peor que en mi tierra. Ya sólo pienso en llegar. Calor, kilómetros eternos, hombro destrozado, la mochila cada vez pesa más, apenas me queda agua, más calor...

A pesar de todo esto, mi paso es ligero y firme. Las ganas de llegar hace que saque fuerzas de debajo de las piedras. Me aferro al paisaje del valle que me acompaña y a la imponente fuerza del guerrero que sigue mis pasos.



Queda algo menos de 2 kilómetros, ya llevo caminados 26. Llego a un cruce de caminos y como un espejismo en medio del Sahara, se me aparece una fuente de agua fresca en una plaza cuyo nombre es "parque del peregrino ". ¡¡Y es real!! No es ninguna ilusión. Me lanzo de cabeza y no me meto entera porque no quepo. ¡Que bonito eres, camino!


A menos de 1 kilómetro llego a la cabaña del abuelo Peuto, el albergue de hoy. Dicen las buenas lenguas del camino que es el mejor albergue de todo el camino del norte y yo quiero saber porqué. Una suave subida a lo alto de la colina y me encuentro en este maravilloso lugar, en la localidad de Güemes, dónde concluyen los 28 kilómetros de hoy.  ¡¡Abuelo, nos merecemos el cielo!! 
Eso sí, tengo bastante claro que mañana cogeré un autobús a Santander y de ahí volveré a casa. Creo que ya está bien de machacar mi hombro.

Sale a la puerta a recibirme Paco, uno de los hospitaleros voluntarios. Me ofrece agua, comida y un asiento mientras hablamos. En los 3 caminos que he hecho hasta el día de hoy, jamás me habían recibido de esta manera. Me da mi cama y me enseña el maravilloso lugar. 
Podría describirlo cómo la casita de cualquier cuento de niños... en lo alto de una colina,rodeados de un precioso valle, con un jardín que invita a tumbarse durante horas viendo las nubes pasar, decorado por miles de peregrinos que han ido pasando, con una biblioteca, fotografías de viajes y lugares fantásticos del mundo... y con paz,mucha paz y energía muy positiva. 
Estoy deseando ducharme para disfrutar de este paraíso. 



Salgo de la ducha y me cruzo con Paula. Acababan de llegar y venía agotada. Nos abrazamos alegremente  por la dura batalla de hoy.
Lavo algo de ropa a mano y mientras estoy tendiéndola en el jardín, recibo la alegre llamada de mis padres y me siento en el césped a hablar un buen rato con ellos.
Después de esta alegría y, en compañía de otros peregrinos que también disfrutan de la paz de este jardín, me dispongo a realizar unos estiramientos y darle esa alegría a mi cuerpo que ha luchado cómo un campeón. 
De repente recibo la visita del amo del castillo: un perro que apenas tendría unos pocos meses y unas inmensas ganas de jugar. De todos los que estábamos allí decidió quedarse conmigo y ahí estuvimos un buen rato revolcándonos por el cesped. Que rato tan bonito y divertido me hizo pasar.

Pero para mayor sorpresa si cabe en este día, veo que Reneé y Marghe también están aquí. ¡Abrazos de alegría al vernos! Nos habíamos perdido hace unos días y es genial poder volver a verlas y así despedirme.

Cerca de las 19:30 convocan una reunión en "la sala de los caminos", dónde Ernesto, fundador de dicha maravilla, nos va a contar toda la historia de este albergue. 
Éramos entre 30 y 40 peregrinos de todas partes del mundo: España, Italia, Estados unidos, Alemania, Eslovenia, Francia, Japón y más. Fue un encuentro muy bonito y la historia del albergue es asombrosa. No voy a describirla en palabras; vivirla para contarla...
Todo está construido a base del corazón de las personas; por suerte, como bien decía Ernesto, ni un ayuntamiento ni entidad colaboradora ha querido poner un solo euro en esto. Solo gracias a la hospitalidad de cada uno de los que pasan por allí,  a hospitaleros, peregrinos y en especial, a Ernesto y su familia, es posible este albergue tan especial. Y no hablo de dinero...

Seguidamente, los voluntarios nos habían preparado una exquisita cena que compartimos todos juntos. Sopa, patatas a la riojana, postre pan y vino. Creo que es la noche que mejor he cenado en todo lo que llevo caminado.


Atardece sobre el valle pero aun queda algo de luz para volver al jardín un rato y disfrutar de la compañía de Reneé y Paula pasando un rato muy divertido bajo una temperatura ideal y unas leves gotas de lluvia. ¡Que viva este momento! Abrazos y buenas noches...


Quizá cambie de opinión y si camine mañana. Un último esfuerzo no me hará daño ¿no? No voy a pensarlo ahora. Suelo serle fiel únicamente al viento, asi que lo decidiré mañana al despertar...



sábado, 20 de mayo de 2017

Etapa 9: la fuerza del mar

   El concierto duró toda la noche, era algo insufrible todos aquellos ronquidos continuos. Y para rematar, a las 4:30 de la madrugada, los primeros peregrinos se han puesto en marcha...¿a las 4:30? ¿dónde vais? ¡A Galicia mínimo!  No puedo creérmelo.

    Antes de las 7 decido ponerme en marcha, esa habitación era como el metro de Madrid en hora punta. Apenas he descansado, estoy agotada.
    Fabián había tenido el mismo problema y al ver mi cara, entendió que yo tampoco había dormido casi.

    Lo preparo todo y salgo al comedor a desayunar, hoy necesito el té directamente en vena. Estoy de mal humor y no tengo ganas de hablar con nadie.
     Esta noche parece que ha llovido, pero mientras todos se preparan con chubasqueros, Fabián, Paula y yo miramos el cielo y vemos que pronto despejará.
    
     Abuelo espero que estés más despierto que yo y me ayudes a arrancar, sino hoy lo tendremos complicado para llegar a Santoña. ¡vamos a luchar, guerrero!

     Empiezo a caminar sola, de verdad que no quiero  cruzarme con nadie; y nada más salir me veo al canadiense de todos los días, ese que nunca deja de hablar. El venía de otro albergue y justo coincide conmigo en los primeros pasos. Menos mal que sólo he tenido que saludarlo, no quiero ni hablar conmigo misma.

    La etapa comienza con una fuerte subida por asfalto para cargar bien las pilas; aunque eso sí, después el camino continúa por una agradable senda que me deja los primeros rayos de sol de la mañana. Amaneceres hermosos en tierras cántabras... voy recuperando el buen humor.

     

Unos 5 kilómetros más tarde y con nada de interés,  me adentro en la localidad de Cerdigo.
Su salida nos regala una preciosa y fresquita senda que nos deja de nuevo a lo alto del inmenso mar. Ahora si que me he despertado, esta imagen lo cura todo.


Un suave paseo por el prado de lo más alto del acantilado, hace que me encuentre con unas extrañas peregrinas que no tienen demasiadas ganas de caminar pero si de disfrutar del mar.




Que agradable es caminar por aquí, una se siente tan pequeña aquí arriba pero con tanta fuerza que el contraste es algo difícil de describir. Es algo que hay que sentir.


El camino nos lleva hacia adentro, por zona urbanizada hasta llegar a un interesante bar para tomarme el segundo té del día.
El canadiense decide acompañarme y me cuenta lo cansado que está hoy. Me pregunta por dónde transcurre la etapa y los albergues que hay y le oriento. 
Reanudo la marcha y es aquí donde vuelve a surgir dos opciones: carretera hasta Laredo acortando varios kilómetros  o tomar el camino tradicional más largo y complicado. Viendo la distancia de la etapa de hoy, decido coger carretera. No estamos para sufrir demasiado.




Kilómetros y kilómetros de carretera. El canadiense ha decidido seguir mis pasos para hacer mas corta la etapa y poder descansar antes.

Un par de horas más tarde nos dan paso a un merendero que, obviamente, voy a parar en él. Al llegar me encuentro con Fabián y Paula que están almorzando y me uno a ellos para después continuar caminando juntos. Hasta ahora llevaba la presencia del canadiense tras mis pasos,pero sin conversación alguna. Ya me va apeteciendo hablar con alguien después de tantas horas.

La carretera nos lleva a la pequeña localidad del valle de Liendo, que atravesamos sin más y retomamos carretera; es desde aquí dónde se encuentra el interés de Liendo: las increíbles vistas del valle dónde se encuentra.



Un par de kilómetros a la izquierda, una señal del camino nos baja hacia algún lugar. Seguimos la señal en una larga e intensa bajada que sospechamos llevará a una larga e intensa subida. 
Ya en lo más bajo, saludamos a una familia que estaba en su hogar preparando una rica barbacoa para comer. Sin dudarlo un segundo, esta familia nos ofrece agua avisándonos de la dura subida que nos espera a continuación. Ha sido como una aparición de ángeles, ninguno de los 4 llevábamos ya ni una gota de agua en nuestras cantimploras. Los niños de la familia son los encargados de se vinos vasos de agua fresca y ellos tan felices de poder ayudarnos. Nos quedamos un rato hablando con ellos y yo decido emprender la marcha; si me quedo más rato sentada seré incapaz de moverme ya.
Me faltaban palabras de agradecimiento al gesto de dicha familia. Son detalles del camino...

La eterna e intensa subida vuelve a sacarme a la misma carretera,pero a distinta altura. Quizás si hubiésemos continuado directamente por carretera en vez de seguir las señales nos habríamos ahorrado esta paliza, pero seguiríamis sin agua. Todo pasa por algo...


Ya veo la localidad de Laredo a una distancia prudente. Santoña está justo pasando esta localidas, pero el parón anterior ha hecho que mi hombro empeore rápidamente y mis pies digan basta. Creo que me quedo en Laredo...

Vuelvo a juntarme con Fabián y Paula y ellos también pararán en Laredo. Hoy toca dormir en un convento; me da bastante mal rollo, pero mi cuerpo ya no quiere caminar más por hoy.

21 kilómetros sin demasiado interés, pero disfrutados a mi manera. ¡bien abuelo! ¡estás hecho un campeón! 

Una ducha rápida y salgo de allí desesperada buscando algo de comida, estoy hambrienta.
Una plaza con varios bares cerca del albergue me llama para tomar un par de pinchos y una buena cerveza. Aprovecho mi momento de relax para hacer alguna llamada a mi gente y compartir mi buena energía. Luego decido ir a visitar la zona y me acerco al paseo de la playa, dónde hay un grupo de personas cantando canciones regionales animando la tarde.
Me apetece un helado...voy a buscarlo y en la heladería me encuentro a Fabián y a Paula. Nos vamos los tres paseando buscando un Super dónde comprar algo para cenar. Fabián nos deja para irse a misa y Paula y yo nos encargamos de la cena.
De vuelta al albergue, decidimos sentarnos en las escaleras de enfrente y pasamos un agradable rato hablando de nuestras vidas y compartiendo vivencias.
Fabián viene a buscarnos y subimos a preparar la cena. Un suculento plato de huevos con patatas es el menú de hoy, acompañado de un vino cualquiera, típico del peregrino.
El atardecer nos acompaña desde la ventana del comedor...tiene unas vistas maravillosas. 

El día y el cansancio ya no nos permite más, nos damos las buenas noches y a descansar.

Voy pensando ya en ir regresando a casa. Mi cuerpo quiere algo de descanso, aunque mi mente no quiere salir nunca del camino... y no lo hará en mucho tiempo.

viernes, 19 de mayo de 2017

Etapa 8: Agur!

   Hoy soy de las primeras en despertarme, entra ya mucha luz por la ventana y veo que ya son las 7:00. Me sorprende que no haya apenas nadie que se haya levantado ya que la etapa de hoy es larga. Pongo en marcha el cuerpo y voy a mi rutina mañanera, que sobra decir cual es.
   Ya con todo listo, me preparo un té y salgo a la calle a tomármelo; allí está la chica madrileña y el hospitalero. Pasamos un rato divertido mientras el hospitalero, Martí, nos cuenta chistes sobre los de Bilbao.
    Son las 8:30 y creo que ya es hora de ponerse a caminar. Si no me equivoco, abuelo, hoy volveremos a ver el mar.
            


La salida de Portugalete no tiene nada especial que ver, muy urbanita todo. 
Hace frío pero ha salido el sol, algo que agradezco después de la intensa lluvia de ayer.

Unos 11 kilómetros de carril bici son los que me acompañan en este primer tramo. El paisaje no es muy agradable, pero acompaña bastante naturaleza a mi alrededor.



Caminados esos kilómetros y dentro de la localidad de Gallarda, un suave descenso por el valle de Somorrostro me llevan a mis orígenes en este camino... El mar.


Han sido pocos días sin verlo, pero aquí en el camino todo es mucho más grande de lo habitual y la sensación es de semanas. 
Para mi sorpresa, el camino continúa por la misma arena y no dudo ni una milésima de segundo en descalzarme y caminar con los pies sobre la arena. Este momento es único, es especial, es mágico. Me siento más libre que nunca, casi puedo volar...




Camino despacio, sin prisas; sin querer que acabe este momento. Cruzo toda la playa de "La Arena" y antes de que el camino continúe por asfalto, me siento a observar el mar y aprovecho para almorzar.
Un agradable anciano del lugar, que daba su paseo matutino, detiene su marcha para tener una bonita conversación conmigo sobre la belleza del mar. Opiniones compartidas, momentos insuperables. 

Pararía el tiempo en este instante, pero como en la vida misma, hay que disfrutar el momento y continuar.
Un puente sobre el río Barbadun me deja en la población de Pobeña, la cual paso de largo subiendo  unas agotadoras escaleras que hay en la misma entrada a la derecha.

 

Ese esfuerzo merece la pena sólo por las vistas que me deja del mar y esa maravillosa playa en la que acabo de estar. ¿no es el mundo un lugar maravilloso?  A mi si me lo parece y sé que al abuelo también. 



Es aquí donde empieza el recorrido del antiguo ferrocarril minero, hoy en día llamado paseo de Itsaslur. Paseo que me lleva durante varios y varios kilómetros por la parte alta de los increíbles acantilados de esta zona. Y casi como por arte de magia, sin aviso alguno, me planto de lleno en la comunidad de Cantabria. ¡Agur, país vasco!



Camino tan relajada por este lugar que ya ni me acuerdo de mis leves molestias físicas. 
Hace un sol agradable que no llega a agobiar y un viento frío que si molesta un poco, pero nada que no se solucione con una buena chaqueta. Me apetece cantar, me apetece soñar... saco los cascos y escucho mi música. Que etapa más agradable estoy teniendo hoy.



No puedo pedirle nada más al día de hoy.
Poco a poco el camino me lleva hacia el interior y, cruzando la localidad de Ontón, me toca decidir si seguir el camino oficial o continuar por carretera y ahorrarme 9 kilómetros de subidas y bajadas innecesarias. La decisión la veo clara. Lo bonito del día ya lo he vivido; me voy un rato por carretera.

Un largo tramo aburrido y sin ninguna anécdota, hasta que una flecha me desvía de la carretera para dejarme a los pies de la playa de Mioño. Bonito lugar para tomar una carísima coca cola con unas vistas preciosas.



Apenas queda recorrer un kilómetro de senda para que nos deje a las puertas de Castro Urdiales, la meta de hoy.


Una preciosa entrada a la ciudad por el paseo marítimo y el puerto. Es casi llegando aquí donde alcanzo al padre y a la hija madrileños y caminamos juntos este tramo hasta que ellos se van en busca de comida y yo del albergue. 



Aún me espera una media hora de paseo hasta el albergue, que se encuentra justo a la salida de Castro Urdiales. Pero señoras y señores del mundo, el abuelo y yo nos hemos metido 20 kilómetros de felicidad entre pecho y espalda. ¡Ya tenemos otra más! 

Una tarde agradable con Fabián y Paula (los madrileños) en compañía de un té en una terraza frente al mar, una cena en el albergue con otros peregrinos y un intento de dormir en una habitación de 16 personas dónde 8 de ellas roncan al son de la más auténtica sinfonía de Betthoven, es todo lo vivido durante las horas posteriores a caminar. Detalles que también forman parte del camino, obviamente. 

¡Que bonita la vida! Sigamos soñando, abuelo...