Hoy soy de las primeras en despertarme, entra ya mucha luz por la ventana y veo que ya son las 7:00. Me sorprende que no haya apenas nadie que se haya levantado ya que la etapa de hoy es larga. Pongo en marcha el cuerpo y voy a mi rutina mañanera, que sobra decir cual es.
Ya con todo listo, me preparo un té y salgo a la calle a tomármelo; allí está la chica madrileña y el hospitalero. Pasamos un rato divertido mientras el hospitalero, Martí, nos cuenta chistes sobre los de Bilbao.
Son las 8:30 y creo que ya es hora de ponerse a caminar. Si no me equivoco, abuelo, hoy volveremos a ver el mar.
La salida de Portugalete no tiene nada especial que ver, muy urbanita todo.
Hace frío pero ha salido el sol, algo que agradezco después de la intensa lluvia de ayer.
Unos 11 kilómetros de carril bici son los que me acompañan en este primer tramo. El paisaje no es muy agradable, pero acompaña bastante naturaleza a mi alrededor.
Caminados esos kilómetros y dentro de la localidad de Gallarda, un suave descenso por el valle de Somorrostro me llevan a mis orígenes en este camino... El mar.
Han sido pocos días sin verlo, pero aquí en el camino todo es mucho más grande de lo habitual y la sensación es de semanas.
Para mi sorpresa, el camino continúa por la misma arena y no dudo ni una milésima de segundo en descalzarme y caminar con los pies sobre la arena. Este momento es único, es especial, es mágico. Me siento más libre que nunca, casi puedo volar...
Camino despacio, sin prisas; sin querer que acabe este momento. Cruzo toda la playa de "La Arena" y antes de que el camino continúe por asfalto, me siento a observar el mar y aprovecho para almorzar.
Un agradable anciano del lugar, que daba su paseo matutino, detiene su marcha para tener una bonita conversación conmigo sobre la belleza del mar. Opiniones compartidas, momentos insuperables.
Pararía el tiempo en este instante, pero como en la vida misma, hay que disfrutar el momento y continuar.
Un puente sobre el río Barbadun me deja en la población de Pobeña, la cual paso de largo subiendo unas agotadoras escaleras que hay en la misma entrada a la derecha.
Ese esfuerzo merece la pena sólo por las vistas que me deja del mar y esa maravillosa playa en la que acabo de estar. ¿no es el mundo un lugar maravilloso? A mi si me lo parece y sé que al abuelo también.
Es aquí donde empieza el recorrido del antiguo ferrocarril minero, hoy en día llamado paseo de Itsaslur. Paseo que me lleva durante varios y varios kilómetros por la parte alta de los increíbles acantilados de esta zona. Y casi como por arte de magia, sin aviso alguno, me planto de lleno en la comunidad de Cantabria. ¡Agur, país vasco!
Camino tan relajada por este lugar que ya ni me acuerdo de mis leves molestias físicas.
Hace un sol agradable que no llega a agobiar y un viento frío que si molesta un poco, pero nada que no se solucione con una buena chaqueta. Me apetece cantar, me apetece soñar... saco los cascos y escucho mi música. Que etapa más agradable estoy teniendo hoy.
No puedo pedirle nada más al día de hoy.
Poco a poco el camino me lleva hacia el interior y, cruzando la localidad de Ontón, me toca decidir si seguir el camino oficial o continuar por carretera y ahorrarme 9 kilómetros de subidas y bajadas innecesarias. La decisión la veo clara. Lo bonito del día ya lo he vivido; me voy un rato por carretera.
Un largo tramo aburrido y sin ninguna anécdota, hasta que una flecha me desvía de la carretera para dejarme a los pies de la playa de Mioño. Bonito lugar para tomar una carísima coca cola con unas vistas preciosas.
Apenas queda recorrer un kilómetro de senda para que nos deje a las puertas de Castro Urdiales, la meta de hoy.
Una preciosa entrada a la ciudad por el paseo marítimo y el puerto. Es casi llegando aquí donde alcanzo al padre y a la hija madrileños y caminamos juntos este tramo hasta que ellos se van en busca de comida y yo del albergue.
Aún me espera una media hora de paseo hasta el albergue, que se encuentra justo a la salida de Castro Urdiales. Pero señoras y señores del mundo, el abuelo y yo nos hemos metido 20 kilómetros de felicidad entre pecho y espalda. ¡Ya tenemos otra más!
Una tarde agradable con Fabián y Paula (los madrileños) en compañía de un té en una terraza frente al mar, una cena en el albergue con otros peregrinos y un intento de dormir en una habitación de 16 personas dónde 8 de ellas roncan al son de la más auténtica sinfonía de Betthoven, es todo lo vivido durante las horas posteriores a caminar. Detalles que también forman parte del camino, obviamente.
¡Que bonita la vida! Sigamos soñando, abuelo...
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