domingo, 14 de mayo de 2017

Etapa 4: que se pare el tiempo.

   7:00 de la mañana. Suena el despertador de mi compañera de habitacion y veo ya algo de luz por la ventana. Me aseo y, obviamente, les dedico un buen rato a mi queridos pies.  Las ampollas han mejorado, pero esa maldita uña sigue dando algo de guerra. El resultado lo veré una vez empiece a caminar, pero hoy tengo buenas espectativas,  estoy positiva.
Abuelo...arrancamos!!!

Hoy apenas desayuno un triste plátano; confío en encontrar pronto un bar para poder tomarme un té y cargar pilas.


Desde Zumaia el camino empieza con ganas subiendo una importante cuesta, esa que ayer no pude hacer.
Bonitas vistas de dicho municipio como despedida y un amanecer caluroso que acompaña mis pasos.



El camino se abre entre inmensos prados y ni mis pies,ni la fuerte subida hacen que decaiga; todo lo contrario,  me llenan de fuerza y ganas por continuar.


Poco más adelante, exactamente en el área recreativa de Elorriaga, se me vuelven a abrir 2 opciones: continuar por el camino tradicional o seguir por el GR.  
Sobra decir cual ha sido mi decisión... El GR y la costa me están llamando ¿no lo oís?  Más adelante retomaré las flechas amarillas, no hay problema. 
Soy consciente de que meterme en el GR va a ser físicamente duro, pero moralmente reconfortante. Pasito a paso, con calma y sin prisa, me voy a ver que me cuentan los acantilados de la costa cántabra.

Las primeras imágenes que me sorprenden son realmente atractivas... y esto es solo el principio.

No, no me olvido ni un momento de mis pies, pero si que es cierto que al haber mejorado mis ampollas,todo se ve de otro color. Además,  he encontrado una postura favorable para caminar y que esa maldita uña me moleste lo menos posible. Las bajadas son un pequeño calvario; sufrimiento que olvido en cada subida que tengo que afrontar. Así que voy compensando unas con otras. Todo esto acompañado de un ritmo suave y lento...Tal cual me pide mi cuerpo.

Senderos estrechos sobre amplios prados es lo que me estoy encontrando. Corredores y senderistas me acompañan (es aquí dónde recuerdo que hoy es domingo). Saludos y sonrisas alegran mis pasos. Estoy empezando a pensar que es cosa mía, me sorprende tanta amabilidad.

Sobre sendas serpenteantes llenas de subidas y bajadas, llego al mirador de Portutxiki. Es aquí donde deseo que se pare el tiempo eternamente y poder contemplar esta belleza toda mi vida. Los acantilados y sus Flysch (rocas deslizadas con el paso de millones de años, dando esa curiosa forma de libro en los acantilados) son los protagonistas de este paraíso que va desde Zumaia a Deba.




Es asombroso este lugar, ojalá todo el mundo pudiera ver lo que están viendo mis ojos, pero me conformaré con habérselo enseñado al abuelo.
Bajo de mi nube y continúo caminando hasta que, unos metros más abajo, un hombre que estaba corriendo por la zona me pregunta si estoy bien (sorprendido por mi peculiar manera de caminar). Me quedo un rato hablando con él y me cuenta curiosidades de la zona. Amablemente me despido y continúo mi camino.


Una fuerte subida me espera, aunque con estas vistas todo se agradece. Ni el fuego que escupe hoy el sol, ni mis pies pueden con esta maravilla de la naturaleza.
Llego a lo más alto y solo puedo sentarme a contemplar lo que tengo a mi alrededor.  Aprovecho para almorzar y reponer fuerzas, es mi momento. 


No quiero entretenerme demasiado; podría pasar aquí horas y más horas, pero debo seguir caminando.
Continúo entre fuertes desniveles durante varios kilómetros hasta que poco a poco, el camino me va llevando hacia el interior, despidiéndome como bien merece del mar. 

El siguiente pueblo es Deba. No pretendo que sea el final de etapa, pero si un buen motivo para parar, tomar algo fresquito, comer algo y poder afrontar los últimos kilómetros del día con energía. 
El camino hasta Deba parece que nunca va a llegar, empiezan a decaer mis fuerzas y el calor cada vez aprieta más. Hasta que una pronunciada y eterna bajada me lleva de lleno a Deba.



Para continuar,  debo cruzar la ría por el puente y, confiada de mi que encontraría algún bar en ese lado de la ría,  veo que no es así. Mi cantimplora está prácticamente vacía y me niego a volver pasos atrás para buscar un bar, así que, muy amablemente, le pido a una vecina que había asomada si podía llenarmela de agua. Cuánta gente buena hay por el mundo... aprovecho esa parada para comerme el medio paquete de almendras que me queda y así echarle narices al asunto, ya que me quedan unos 6 kilómetros de fuerte subida hasta la ermita del calvario de Maia, dónde unos cientos de metros más adelante, encontraré el albergue que dará fina la etapa de hoy.




 

El camino es duro pero  bonito, lleno de paz y tranquilidad, pero yo ya tengo ganas de llegar... y mis pies de salir de las botas.

Señales dónde me indican que me quedan 4 kilómetros para llegar  a la ermita hacen que pierda la percepción del tiempo y 4 se me conviertan en 6. 
Pero al ver esa ermita un profundo alivio me abraza; nunca me había alegrado tanto de ver una ermita.



Ya sólo me queda una última cuesta de asfalto y por fin.... hoy si...
¡¡etapa superada!!

18 kilómetros duros... 18 kilómetros de montaña y desniveles extremos, pero 18 kilómetros  de naturaleza viva, de belleza inigualable y de felicidad extrema que volvería  a caminar las veces que hiciera falta.

Soy la primera peregrina en llegar al albergue, está en muy buenas condiciones y tengo todo el recinto para mi sola hasta que llegue el resto de peregrinos.
Una ducha, aprovecho para poner una lavadora con toda la ropa de estos días  (que dicho sea de paso, ya iba haciendo falta) y mientras van llegando más peregrinos, yo me tomo mi merecida cerveza y hablo con mis padres y hermana por teléfono un buen rato. Me da alegría oír sus voces.



Una agradable tarde en la terraza con todo un grupo de italianos es lo que me espera. Cena en horario peregrino (19:00) y prontito a la cama. Me acuesto feliz, contenta por el apoyo que tengo de toda mi gente y orgullosa de lo que estoy haciendo por el abuelo. Nos queda mucho por vivir... 


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